Necesitamos templanza cuando tenemos problemas o cuando vivimos tiempos agitados. Es lo que nos permite enfriar las emociones, pensar con claridad y tomar decisiones más inteligentes a pesar de las circunstancias. Sin embargo, la templanza cuesta mucho.
A diferencia del miedo o de la ira, la templanza no nos surge de manera natural ante las amenazas; requiere tiempo y muscular partes de nuestro cerebro menos rápidas
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